La Casa Farruquitas, cuyos orígenes se remontan a principios del siglo XIX, constituye un ejemplo elocuente de la fortaleza y la perseverancia de las familias rurales gallegas. Su historia comienza en el contexto de las desamortizaciones eclesiásticas, cuando la Casa del Dean —nombre original— pasó de manos de la iglesia a la propiedad privada. Una cruz labrada en la puerta aún recuerda sus raíces espirituales y el vínculo con la comunidad.
En 1830, Francisco Da Fraga, oriundo de la parroquia de San Julián de Cordido, adquiere la casa y asume con ella la pesada carga de un tributo de mil quinientos reales. A partir de ese momento, la casa se convierte en el epicentro de la familia: lugar de trabajo, refugio y testigo de la vida cotidiana. Francisco, junto a su esposa Teresa Fernández, sienta las bases de un legado que sus descendientes se esforzarán por proteger.
La casa conoció momentos difíciles, especialmente a finales del siglo XIX, cuando Antonio Da Fraga, hijo de Francisco, se ve forzado a venderla para saldar deudas, aunque dejando un pacto de retroventa que permitirá a sus hijos recuperarla en el futuro. Así, en 1904, José María Fraga, nieto del fundador, toma las riendas y, con la ayuda de su hermano, logra reunir los fondos necesarios para recuperar las tierras familiares. Su espíritu de lucha lo lleva incluso a emigrar a Argentina en 1910, en busca de los recursos necesarios para saldar las deudas y mantener viva la herencia.
El regreso de José María marcó un nuevo renacer para la Casa Farruquitas: libre de cargas y convertida en símbolo de trabajo y esperanza. La familia retoma la agricultura y la ganadería, produciendo trigo y centeno en abundancia, y manteniendo viva la tradición rural que se había forjado durante décadas.
En las décadas posteriores, la casa sigue siendo testigo de la historia familiar: las hermanas Ramona y Josefa, junto a Mercedes, la cuidan con esmero, asegurando que la esencia de la familia Da Fraga no se pierda. Tras el fallecimiento de Ramona, Mercedes hereda la casa, y finalmente, la hija de esta se convierte en la actual propietaria.
Los herederos a sabido respetar y realzar la esencia de la Casa Farruquitas, restaurándola con cuidado y cariño para que cada visitante pueda sentir el peso de su historia y la calidez de su presente. Hoy, la casa se alza como un refugio lleno de vida y tradición, una joya de la arquitectura popular gallega que ofrece a sus huéspedes no solo alojamiento, sino la oportunidad de formar parte, aunque sea por unos días, de una historia de esfuerzo, superación y amor por la tierra.